viernes, 9 de enero de 2009

DIALOGAMOS CON UN MOCOVÍ (segunda parte)

Juan desde muy chico hasta los veinte años, trabajó en una carbonería. Expresa su agradecimiento a Dios por haber podido tener la oportunidad de salir de allí. En algunos momentos hilvana historias que le hacen entristecer, aun más, la mirada. Relata lo insalubre del trabajo que realizaba, sus entradas a los hornos de carbón, la inhalación de gases que sentía penetrar en los pulmones, las consecuencias que les traían. Ahora ya no se usan más las carbonerías, nos dice; ahora el trabajo de moda es el DESMONTE. Nos muestra fotos de la que fue su casa, señala la vegetación –compuesta de árboles jóvenes y escasos-, nos cuenta que el monte los rodeaba completamente y hoy a pocos metros de la vivienda, donde hubo árboles centenarios, hay campos. Ya no se ven árboles, ya no existen… y al escucharlo quedo perturbada, no imagino un monte sin árboles, por más que lo intente las imágenes no aparecen en mi imaginación, del mismo modo que no logro visualizar claramente la realidad desconocida del dolor y la miseria. Nos resulta increíble para los que nunca tuvimos contacto con ese mundo desolado imaginar por ejemplo, la vida sin agua. No hay agua, agrega Juan; allá no se conocen las verduras, no hacen quintas, no pueden cultivar nada porque no hay agua, no hay ríos cerca ni arroyos, no se puede criar animales, porque mueren sin agua también. Preguntamos, preguntamos. Indagamos más y más, no entendemos. Él con su hablar pausado nos guía por los caminos áridos del relato. Extraen el agua de un pozo comunitario, al que acuden a veces después de caminar varios kilómetros, los que viven más distantes del pozo caminan un equivalente a treinta cuadras de las nuestras. Y el agua que toman no esta potabilizada… beben el agua turbia que brota bajo un manto verde que describen como musgo –no se exactamente el nombre de esta vida vegetal que surge en la superficie, pero imagino los estanques donde se amontonan esos colchones de un verde virulento que se ondula y se agolpa como oleadas-. Así que el agua que ingerimos ya nos enferma, ya esta en mal estado, igual que la carne. De vez en cuando aparecen vendedores ambulantes ofreciendo carne que viajó durante varios días sin refrigeración por distintos pueblos y asentamientos; a veces se quedan a pasar la noche y en esas ocasiones cuelgan los recortes de carne bajo los techos de alguna choza hasta el día siguiente… sin palabras.

Pero no reciben ayuda del gobierno? Alguien los ayuda?... conocen en esos parajes dos tipos de ayuda. El gobierno provincial, que se hace presente en época de elecciones y les da algo a cambio de votos, a veces sólo les dan promesas que jamás cumplen. El otro medio de ayuda proviene de la iglesia Católica o Evangélica, que claro, aclara, cada una ayuda a sus fieles solamente, y a cambio de ser parte de estas religiones. La ayuda raramente es desinteresada, por eso cuando llegan forasteros desconfían. Juan nos prepara para que no nos desilusionemos cuando nos encontremos cara a cara con la gente de su tierra. “Nos sentimos olvidados. Allá vivimos al margen de la sociedad, como si no existiéramos. Pero la gente vive esperando, siempre esperan que alguien llegue”…

Patrice A. Blanco

jueves, 8 de enero de 2009

JUAN SALTEÑO Contándonos su historia

DIALOGAMOS CON UN MOCOVÍ (primera parte)

El 7 de enero fuimos recibidos en la casa de JUAN SALTEÑO, un Mocoví que vive en el gran Buenos Aires y gentilmente nos concedió una entrevista, gesto que agradecemos profundamente ya que nos permite conocer más profundamente la situación de su comunidad.

Juan tiene 39 años, nació en el asentamiento LAS TOLDERÍAS, en la provincia de Chaco. Hijo de madre y padre Mocoví, vivió allí junto a sus cinco hermanos hasta la edad de veinte años, cuando un tío que trabajaba en Buenos Aires lo trajo a la ciudad donde poco a poco se abrió camino y se hizo uno más de nosotros, los habitantes del conurbano bonaerense.

Empezamos preguntándole sobre sus raíces, sus ancestros, nos cuenta vagos recuerdos de historias que le han contado sus mayores. Nació y vivió siempre en el mismo lugar, un asentamiento donde sus antepasados alzaron sus primeras viviendas, tolderías, construidas de madera y techos de paja que con el tiempo se transformaron en pequeñas casas de paredes de barro, antes de conocer el adobe. Relacionado al tema de las viviendas, inmediatamente surge el fantasma del mal de chagas en la conversación. Juan nos cuenta que “el bicho” –la vinchuca-, aprovecha los resquicios que dejan las paredes de barro y los techos de paja para reproducirse y así se convierte en uno de los peores males que azotan a las comunidades aborígenes. Y preguntamos si existen allí unidades sanitarias… “sí, existen – responde y luego hace una pausa tan doliente como un lamento-, pero pasa como en todos lados… la unidad sanitaria no tiene remedios, ni elementos para curar a la gente, así que no sirve de nada”. Nos cuenta que el hospital más cercano está aproximadamente a 50 kilómetros, yendo por “la picada” –nombre que le dan a las sendas que tejen ellos mismos con sus pisadas al atravesar los montes. La misma picada por la que se encaminan cuando salen llenos de esperanzas, cargados de sus artesanías para venderlas o intercambiarlas por víveres en otros pueblos. Y son tantas nuestras preguntas! Queremos que él nos ponga en los ojos las imágenes que se disparan de sus palabras. Queremos saber de qué viven, cómo es su economía, y las respuestas son confusas. Claro, porque nadie allí tiene una economía estable, no existe una fuente de trabajo constante. Cada uno vive como puede, intentando sustentar a su familia muchas veces asumiendo tareas riesgosas, como son las de “banderillero”. BANDERILLERO… Nosotros nos miramos, la palabra se nos clava en el alma. Hace tiempo nos llegó un informe sobre los niños que trabajan de banderas humanas en los sembrados. Con banderas se paran en los campos señalando a las avionetas fumigadoras dónde volcar el veneno: sobre ellos. Hemos visto fotografías de pequeños menores de seis años, con las caritas quemadas, peladitos, sin pestañas a causa del veneno mortal que los baña e inhalan día a día. Sabemos que muchos niños y adultos han muerto por esta causa, que los que aun viven están lisiados…

lunes, 5 de enero de 2009

PALABRAS DE SANDRA

Quiero agradecer a todos los que hicieron posible y a aquellos que son parte de este sueño. A Dios por haberme dado la oportunidad de conocer a Walter, quien fue el motivador de volver a despertar en mí un sueño que estaba dormido. Agradezco a cada uno que apoya con sus donaciones este proyecto y a Patri que sopló vida para que esto se haga realidad.

Te animo a que seas parte de nosotros, que se puede marcar una diferencia, que no todo es negro y que fuimos elegidos para llevar Luz donde había oscuridad.

VAMOS! VOS PODÉS HACER ALGO POR ALGUIEN!

SANDRA